TRISTE ESPECTÁCULO.

El caso es, amable lectora, gentil lector, que la televisión todo lo distorsiona. Y debe de ser así, por supuesto, pues al margen de la capacidad de análisis de cada cual, la influencia de los periodistas, reporteros e informadores en general, no es poca cosa. Y si usted no tiene un criterio formado… las consecuencias pueden ser catastróficas. En un país cuya población no lee, la “información” le entra por los ojos y los oídos (no por el cerebro) y buena parte de su vida reciente, pongamos por caso los últimos cincuenta años, ha sido alimentada de inmundicia, la programación del duopolio televisivo por ejemplo, difícilmente se habrán desarrollado condiciones para la reflexión o la crítica inteligente (pertinente, objetiva, informada, etc.). Emisiones como la de Laura Bozzo no son casualidad ni la estupidez y vulgaridad rampantes causales, son consecuencia, son síntoma. Ese tipo de programas existen porque hay gente que los ve. Es una nueva modalidad de “pan y circo” desde el cómodo hogar.
Lo anterior, porque esta semana, marcada por hechos terribles, me quedo con dos que hicieron temblar a México, luego de la sacudida que nos brindaron Jalisco y sus alrededores a principios de mes: El asesinato de Christopher y el asunto Lorenzo Córdova.
Del primero, creo que las autoridades ya han hecho todo lo que se debía de hacer… en esta etapa. Se identificó a los responsables, se les detuvo, se les privó de su libertad y de acuerdo a la legislación aplicable se han adoptado las medidas correspondientes de acuerdo a su edad. Lo que no puede soslayarse, para bien o para mal, es que son niños. Así de simple. Puede matizarse y, en un afán de especificidad inútil, decir que no, que se trata de púberes, de jóvenes o de adolescentes; lo cierto es que son niños, así, en general. Y quizá el principal rasgo distintivo aparejado a tal condición es que son incapaces de comprender a cabalidad, el sentido y el alcance de sus actos. No es gratuito que la Ley imponga un régimen especial para los menores de edad relativo no solo a conductas criminales, sino también a la disposición de sus bienes o de su persona; e incluso, al ejercicio de sus derechos políticos. De ahí que, con independencia de la gravedad de sus actos, sea preciso atenernos a esa realidad. Tampoco es dable, por terrible que pueda parecernos, intentar medidas legislativas a partir de un hecho aislado. Reducir la edad penal a lo único que puede llevarnos es a atiborrar más las cárceles y seguirá sin resolverse el problema de raíz. Pues el asunto no es quién hizo qué; el tema de fondo, el único, es el que gira en torno al cómo y al porqué. ¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Por qué?
Podemos elaborar una larga lista de responsables, que incluya desde los padres de los menores, víctima y victimarios, hasta los vecinos y la comunidad toda, pasando por los tres órdenes de gobierno y la cuestión seguirá sin enfocarse como es debido (pues el enfoque es uno solo, puntual e ineludible): ¿Qué estamos haciendo para que esto no vuelva a ocurrir jamás? Y le aseguro, querida lectora, apreciado lector, que más allá de las miles de palabras (quizá millones) dichas o escritas hasta este momento en torno al homicidio de este niño, como sociedad no hemos cambiado un ápice para garantizar que no vuelva a ocurrir. Somos exactamente la misma sociedad de ayer, de la semana pasada, de hace un mes. Más hastiados y horrorizados tal vez, pero igual de crédulos e ingenuos, de apáticos e indiferentes, de bobos y egoístas.
¿No me cree? Mire Usted a dónde fue a parar el asunto de Christopher, al Canal de las Estrellas, a las garras de la “Señorita Laura”.
Sin espacio para abordar el “affaire Córdova”, lo dejo con la “Meditación XVII” del poeta John Donne:
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